DEVOCIONAL MARZO 29


La presencia interna de Cristo en nosotros se manifiesta externamente.
Cuando Moisés descendió del monte Sinaí, traía en sus manos las dos tablas de la ley. Pero no sabía que, por haberle hablado el SEÑOR, de su rostro salía un haz de luz. Éxodo 34:29 (NVI)
Cuando Moisés bajó de la montaña con los Diez Mandamientos, descubrió que los israelitas habían construido un becerro de oro y lo veneraban en su ausencia. Moisés estaba tan enojado, que tomó las tablas y las arrojó. Me imagino que si fueras a la carpa de Moisés más tarde por la noche tal vez lo encontrarías con la cabeza entre las manos diciendo: “¡qué tonto soy!” he estado con Dios durante 40 días para recibir la ley y ahora en mi furor y arranque he destrozado las tablas en las que fue escrita la ley y las he destrozado en mil pedazos”.

No obstante, si te dirigieras al campamento israelita esa misma noche, y escucharas lo que el pueblo estaba diciendo de Moisés, probablemente escucharías algo como:"¿viste la cara de Moisés? ¿viste la gloria de Dios? ” Moisés no vio esto en sí mismo. Él vio sólo su frustración y enojo.

Nosotros no vemos la semejanza de Cristo en nosotros mismos. Eso es para que otras personas lo vean porque cuando lo ven, es absolutamente genuino. Podemos fingir espiritualidad, podemos fingir el cristianismo pero nunca podremos fingir la semejanza de Cristo. Nuestra tarea es nunca tratar de ser como Cristo o espirituales (lo que nos llevaría a ser farsantes) sino que “(Fijemos) puesta la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe,...” (Hebreos 12:2) y Él se ocupará del resto.


Señor, brilla a través de mí a pesar de mi debilidad.



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