Poco después de la resurrección de Jesús, Pedro y Juan se encontraron con
un mendigo lisiado a las afueras de la puerta del templo donde iban a adorar.
Este hombre era llevado a la puerta todos los días para ganarse la vida
mendigando y les pidió limosna a Pedro y Juan. Pedro respondió: “No tengo plata
ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
levántate y anda” (Hechos 3:6). El hombre fue sanado instantáneamente y en
complete gozo comenzó a correr por el templo, saltando y gritando: “¡Jesús me
sanó!”
La gente reconoció al lisiado y una multitud se reunió maravillándose de lo
que veía. Pedro y Juan tomaron ventaja de la situación y comenzaron a predicar
con valentía el arrepentimiento, lo que resultó en la salvación de miles (ver
Hechos 4:4). Cuando los principales de la sinagoga vieron lo que estaba
sucediendo, se indignaron e hicieron que metieran a los hombres en la cárcel.
Luego exigieron saber: “¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho
vosotros esto?” (4:7). Por supuesto, ellos sabían exactamente cuál era el
nombre que se estaba predicando, pero no lo mencionaron intencionalmente.
Pedro estaba lleno del denuedo del Espíritu Santo y respondió a los
principales: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros
crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos... no hay otro nombre
bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (4:10 y 12). Los
principales estaban atónitos y “se maravillaban; y les reconocían que habían
estado con Jesús” (4:13).
¿Cuál era la marca que distinguía a Pedro y Juan? ¡Era la presencia de
Jesús! Esos principales de la sinagoga se dieron cuenta: "Nosotros
crucificamos a Jesús, sin embargo, él todavía sigue hablando hoy a través de
estos dos hombres”. En esa misma hora, Pedro y Juan estaban cumpliendo el
mandato de Jesús de testificar de él “en Jerusalén” (Hechos 1:8). Del mismo modo,
creo que el poderoso testimonio de Dios en estos últimos días no vendrá sólo
por medio de la predicación. También vendrá a través de hombres y mujeres que
“han estado con Jesús” encerrándose con él y buscándolo con todo su corazón y
alma.
¿Qué mayor evidencia de Dios podría haber que vidas transformadas por el
poder sobrenatural de Cristo? Que se diga de ti: “¡Ese hombre, esa mujer, ha
estado con Jesús!”
Por David Wilkerson (1931-2011)
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