TIEMPO DEVOCIONAL ABRIL 02

No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Romanos 7:15 (NVI) Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. Romanos 7:18 (NVI)

El problema de la humanidad comenzó en el Jardín del Edén cuando Dios retiró Su Espíritu de Adán y Eva, y la raza humana se separó de la vida de Dios. Ésta es la condición en que todos nacemos, y por consiguiente la que mantenemos y aunque tenemos la capacidad de ser santos hemos perdido la habilidad de la bondad. Nuestra capacidad de bondad se evidencia en nuestras frustraciones con el mal de este mundo y nuestro deseo por hacer el bien. La pérdida de nuestra capacidad se ve en nuestro reiterado incumplimiento para realizar lo que queremos. 

El apóstol Pablo habló honestamente sobre este conflicto en su carta a los Romanos. Él dice que él no hace lo que él quiere hacer, pero hace lo que él aborrece hacer. Él explica: “pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí”. Romanos 7:17 (NVI). Él continua diciendo: “Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo”. Romanos 7:21-23 (NVI).

He aquí que el problema está en nuestra capacidad para hacer el bien, que profundamente creemos y que lejos estamos de cumplir, queremos hacer lo bueno, y no lo hacemos por lo que nos frustramos una y otra vez. Lo que quiero y lo que hago está en conflicto entre sí. Pero cuando nuestro deseo de hacer lo bueno y nuestra capacidad para hacerlo están en conflicto es cuando nos encontramos dentro del margen en la cual Dios interviene. Pablo escribe: “En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu”. Romanos 8:3-4 (NVI). 

Es la quiebra de nuestros propios corazones inherentes a nuestra naturaleza pecaminosa la que crea nuestra necesidad de la vida de Cristo para operar en nosotros como recurso de poder y fortaleza. En Jesucristo tenemos los medios para hacer lo que profundamente queremos hacer, pero no tenemos el poder para hacerlo. La carne siempre va a luchar contra el Espíritu, pero en Cristo hay libertad y la victoria sobre el pecado como solo Él, es capaz.

ORACIÓN: Querido Señor, soy consciente de mi naturaleza pecaminosa y de la constante batalla contra la carne. Te pido que tu Espíritu me llene y me fortalezca para que pueda vivir una vida que no sólo se deleita en tus leyes, sino que permanece en ellas.

PARA REFLEXIONAR: ¿Estoy aprovechando el poder de Cristo cuando soy tentado(a) a hacer lo que no quiero hacer?

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