TIEMPO DEVOCIONAL MARZO 01

"Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa,..." — Éxodo 3:8
Hace más de 3,500 años, un número superior a 2 millones de personas lograron una hazaña humanamente imposible. Desde una de las ciudades más fortificadas del mundo, salieron de la esclavitud en Egipto y se embarcaron en la mayor peregrinación jamás registrada. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la historia del Éxodo, pero, ¿sabemos cómo se asemeja esto hoy en día a nuestras vidas?

El Éxodo es una historia con dos facetas; una histórica, la cual documenta a un pueblo en particular, en un lugar y en un momento determinado; y la otra faceta es la espiritual, la cual nos habla de la intervención de Dios liberándolos de la esclavitud. La liberación de Israel de la esclavitud representa nuestra liberación del pecado, y su viaje a la tierra prometida, refleja nuestro viaje hacia la plenitud de Cristo. También es una historia que registra el fracaso de la primera generación de israelitas quienes no pudieron entrar en la tierra prometida, y esto es representativo de muchos cristianos hoy en día, quienes viven en esterilidad espiritual y fallan en entrar a la plenitud de Cristo.


El propósito de Dios para Israel tenía un mandato mucho mayor que simplemente la liberación de la esclavitud. Era llevar a Su pueblo a la tierra que fluye leche y miel, donde Él los haría disfrutar de las riquezas de Canaán, bajo Su soberanía. Dios no solamente ofrece un camino de salida, sino también ofrece un camino de entrada; una liberación de algo para algo y por algo. Se habla de Canaán como de una tierra de reposo en la fortaleza de Dios, pero lo que debería haber sido un viaje de 11 días tomó 40 años, porque aunque los israelitas confiaron en Dios para liberarlos de Egipto, no confiaron en Él para entrar en la tierra prometida. 

Lo anterior es cierto para muchas personas hoy en día. La imagen de la esclavitud que la Escritura nos da, corresponde al estado natural de los seres humanos. Nuestro verdadero problema no es lo que hacemos, sino lo que somos, lo cual está plasmado en el antiguo principio del pecado llamado “la carne”. En nuestro estado natural, nacemos pecadores, pero a través de Jesucristo, recibimos el camino de salida y también el camino de entrada. Muchas personas están contentas con el camino de salida, al saber que su pecado ha sido perdonado, pero la intención de Dios para nosotros va mucho más allá, y consiste en que experimentemos la plenitud de la vida que Canaán representa, que es la vida de Cristo morando en nosotros, la cual sólo es posible a través de una relación personal, sana y vibrante con Él. 

Dios sacó a Su pueblo de Egipto y lo llevó a Canaán como una nación libre, de esta manera ellos serían el medio a través del cual, Él bendeciría al mundo por medio de la venida de Su Hijo. Su enfoque no fue interno únicamente para Israel, sino fue externo, en cuanto a que Israel, a través de la vendida de Cristo, se convertiría en una bendición para todo el mundo. Esto es realidad en la vida cristiana. Es en esa buena y espaciosa tierra, viviendo en la plenitud de Cristo, que Dios nos bendice para que podamos convertirnos en el medio a través del cual Él bendice al mundo.

ORACIÓN: Amado Señor Jesús, gracias por haberme sacado de mi pecado y por el reposo que tengo en Ti. Oro para vivir siempre en la plenitud de tu Espíritu, de manera que yo pueda llegar a ser una bendición para los demás. Gracias, Señor.

PARA REFLEXIONAR: ¿Qué significa estar viviendo en la plenitud de Cristo? ¿Cuál fue el propósito de Dios al liberarme de la esclavitud del pecado?


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