TIEMPO DEVOCIONAL FEBRERO 26

“Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida.” — 1 Juan 1:1

En el verso de encabezado, Juan no está proclamando una filosofía o una teoría, sino se refiere a algo real al decir “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos”, todo lo cual da testimonio de primera mano de la validez de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Pablo escribe a los corintios: “Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Corintios 1:22-23). Esta es la prueba que Tomás quería: Cristo crucificado, y resucitado de entre los muertos.

En la ciudad de Atenas, Pablo recibió tres respuestas diferentes a la resurrección de Jesús. Algunos se burlaban; otros querían saber más y otros creyeron y vinieron a Cristo. ¿Qué hace la diferencia? Para muchas personas, cualquier cosa fuera de la experiencia racional es una enorme barrera para la fe cristiana. Al igual que Tomás, muchas personas quieren pruebas. Si Tomás hubiera dicho: «No puedo creerlo», sugeriría que él podría creerlo si se le presentaban más razones. Este era el estado de aquellos en Atenas que querían saber más. Sus mentes estaban abiertas, pero Tomás dice: "No lo creeré", lo que cierra cualquier otra posibilidad, incluso el hecho de que pudiera estar equivocado.

La esencia misma de la fe cristiana implica creer en algo que únicamente puede ser explicado de manera sobrenatural. Lo que hace la diferencia, es la disposición de nuestro corazón. Un corazón endurecido como una piedra no permite el acceso del Espíritu Santo, mientras que un corazón receptivo, abierto y flexible, da lugar a que el Espíritu Santo atraiga a esa persona hacia Cristo. Un corazón que fácilmente acepta y cree es un corazón contrito y humillado; es un corazón entendido que comprende que debe haber algo mucho más grande que la humanidad y que eso “mucho más grande” está en control de todo. Esta persona, por revelación del Espíritu Santo, encontrará la respuesta a la pregunta de por qué existimos y encontrará la vida misma en Jesucristo. Las señales y maravillas que Jesucristo realizó no es lo que nos salva. La Escritura habla de otras personas que resucitaron de entre los muertos, así que tampoco es la resurrección de Jesús. La crucifixión de Jesús es la que nos salva. Él murió por nuestro pecado. Cristo crucificado es el poder de Dios y Su resurrección de los muertos afirma la aceptación de Dios de la muerte de Cristo como nuestro sustituto.

Cuando Jesús se le apareció a Tomás, le dijo: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (Juan 20:27). Jesús voluntariamente proveyó la prueba física que Tomás quería, pero Tomás profundamente impactado se detiene en “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28). Ese fue un momento extraordinario. No todos los detalles necesitan ser resueltos, sino un sincero “¡Señor mío y Dios mío!”, le permitiría a Dios hacer la sintonía fina que necesita nuestro corazón.

ORACIÓN: Amado Señor Jesús, gracias por tomar mi pecado sobre Ti y por morir en mi lugar. Te pido que entres en mi vida y seas mi Señor y mi Dios. Te lo ruego en Tu precioso nombre. Amén.

PARA REFLEXIONAR: ¿Cuál ha sido mi respuesta a la resurrección de Cristo? ¿Cuál es la importancia de la resurrección de Cristo?


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